Antonio, un anciano de 94 años, ha hecho la promesa de caminar cada día hasta la puerta de la iglesia de su barrio. Ayudado por su bastón en una mano y con la otra palpando las paredes de las fachadas, Antonio, casi ciego, camina durante cuarenta y cinco minutos desde hace quince años. Todos los días del año, haga frío o calor, como si de un ritual se tratase, Antonio realiza el mismo recorrido, para él poco más que un laberinto de sombras y sonidos. El tiempo incide con marcas indelebles en sucuerpo frágil, pero Antonio sigue caminando. El director filma la cotidianidad de su abuelo, cuyo progresivo deterioro físico le obliga a tener una presencia cada vez mayor en el relato cinematográfico.