Al morir el paternal abad que los tenía acogidos en el convento de clausura, fray Liborio y fray Clemente se ven desamparados. Entre las escasas pertenencias del difunto descubren unas cartas que la familia de Fray Clemente le ha escrito durante años, pero que a él, un inocente lego hace 30 años, nunca le entregaron. Al leerlas, fray Liborio se entera de que el otro hijo natural de un terrateniente extremeño ya fallecido y le parece que su objetivo es ir a sus fincas en busca de una posible herencia.